lunes, 18 de agosto de 2025 01:17
En el norte argentino hay una presencia que atraviesa silenciosa la vida cotidiana: la Pachamama. No se trata solo de una figura espiritual ni de un recuerdo ancestral. Es una manera de sentir la tierra como madre y de reconocernos parte de algo más grande que nosotros mismos. Cada primero de agosto, con la corpachada como ritual central, esa idea se convierte en práctica comunitaria. No es un gesto aislado: es un encuentro que recuerda que el agua, el aire y el suelo fértil no son recursos inagotables, sino bienes compartidos que sostienen nuestra vida. La celebración tiene algo de fiesta, pero también de reflexión.
En nuestra provincia, cuando las familias, vecinos y amigos se reúnen para abrir un pozo, compartir comida y agradecer, lo que se está reafirmando es un pacto con la tierra y entre las personas. En ese acto de ofrendar, la Pachamama deja de ser solo un símbolo y se transforma en un recordatorio de responsabilidad: cuidar el entorno es también cuidar la comunidad. La tierra no pide lujos ni grandes sacrificios, pide atención, reciprocidad, un gesto de respeto que sostenga la armonía entre generaciones. La Pachamama nos enseña a mirar los cerros, los ríos y los valles con otros ojos. Nos recuerda que cada gota de agua que baja de la montaña, cada aire fresco que limpia nuestros pulmones, cada fruto que brota de la tierra, son regalos que implican un compromiso.
No devolver, no cuidar, significa poner en riesgo no solo el equilibrio natural, sino también la cohesión social que se teje alrededor de esos bienes. Y cuando ese equilibrio se rompe, no es solo la naturaleza la que pierde: lo hacen también las familias y comunidades que dependen de ella para crecer y subsistir. Por eso, celebrar a la Pachamama es más que una tradición cultural: es un acto de justicia. Justicia con la naturaleza, pero también con quienes la habitan y la necesitan.
En nuestra provincia, donde la geografía enseña con crudeza la fragilidad de los recursos, la veneración a la Madre Tierra es también una oportunidad para pensar en los desafíos de hoy: el cambio climático, la explotación sin medida, la desigualdad en el acceso al agua y al alimento. Lo ancestral se enlaza con lo urgente, y la voz de la Pachamama se vuelve un llamado a la solidaridad y a la acción. Honrarla, entonces, es celebrar la vida en comunidad. Es recordar que no estamos solos ni podemos vivir aislados de nuestro entorno. La Pachamama nos recuerda que nuestro destino está ligado al suyo, que cuidar la tierra es cuidar a la gente y que sin ese lazo no hay futuro posible. Su enseñanza es sencilla y profunda: solo en comunidad, con respeto y conciencia, podremos garantizar que lo que hoy nos sostiene siga floreciendo para las generaciones que vienen.