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Oficios perimidos
Por Javier Vicente- Especial para EL ANCASTI, Agosto de 2025
Hace un rato estoy calzado con unas cómodas pantuflas luego de sufrir por unas horas el uso de zapatos nuevos. Eso me trajo a la memoria la figura del Domador de Zapatos, un personaje propio de los años 50/60 del pasado siglo. El tipo se calzaba los “timbos” (así se los conocía) nuevos y te los ablandaba para que quedaran mansitos cuando tuvieras que usarlos. Los calzados buenos (no los malos, que se ablandaban enseguida para deshacerse rápido; pero tampoco los de elevada calidad, que esos sí eran un guante: de ahí el nombre de la marca más famosa de la época: calzados Guante) digo, los calzados buenos eran en principio bastante duros en talonera y capellada, y la gente de piel sensible o, por ejemplo, empeine alto, los sufría a costa de aparición de ampollas y otras molestias .
El Domador, mediante artilugios (¿curitas? ¿vendas?) o simplemente cuero duro y mucha caminata, paciente sufrimiento y necesidad de unos pesos, los iba poniendo más amigables para los pies del dueño luego de unos días. En el mismo rubro, en muchos hogares existían las galochas, especie de funda de cuero o caucho que se les ponía a los zapatos para cubrirlos en caso de lluvias o travesías por charcos, tan comunes en mi Mar del Plata natal, y también hormas de madera, que servían para conservar la forma del calzado después de atravesar esas condiciones climáticas. Uno ponía la horma dentro del zapato mojado y , acercado al hogar o la estufa, recobraba su forma para el día siguiente de uso.
De la misma época recuerdo otros oficios desaparecidos: el deshollinador, generalmente un niño de 12/13 años , o un petiso de figura esmirriada, que muchas veces se atascaban en su labor de limpiar conductos de hogares y chimeneas y tenían que ser rescatados por bomberos, para solaz y entretenimiento de los vecinos del barrio; el lechero, que entregaba a diario en cada casa las botellas de vidrio de un litro, traídos ambos (lechero y leche) en un carro tirado por un caballito que, a fuerza de repetir el recorrido a diario, se paraba y adelantaba solo mientras el lechero entregaba en cada domicilio el noble producto y entablaba brevísima conversación con la patrona de cada hogar.
De esa época también es el zapatero remendón, normalmente de ascendencia italiana, que ha llegado hasta hoy con su oficio pero que cada vez tiene menos clientela, por el uso generalizado de zapatillas hasta para lucir con traje. Más aquí en el tiempo, el video club te alquilaba por unas horas un dvd (que no existe más que como reliquia) para solaz solitario o acompañado; el tintorero (por supuesto, en casi todos los casos de origen japonés) te dejaba impecables prendas de vestir que ya prácticamente no se usan; estaba también en cada verano el infaltable fotógrafo de playa, que, trabajando mucho y trajinando soles y arenas para luego entrar en el mágico mundo del cuarto oscuro (no el de las elecciones) mediante alquimias con ácidos lograba retratar las imágenes que las familias se llevaban cada año de su periplo veraniego. Hoy subsisten a duras penas pocas casas del ramo, generalmente dedicadas a cubrir eventos como cumpleaños, bautismos, bodas …
Y hablando de cuarto oscuro, ahora sí con reminiscencias electorales, otra raza en extinción: el redactor de plataformas electorales. Era religión en cada contienda que, un tiempo antes, la gente se preguntara: “¿qué ofrece este candidato o este partido en su plataforma…?” y ahí, el tipo, muchas veces un periodista o novelista en ciernes, se ponía a redactar un cúmulo de ideas que casi nunca se cumplían. Tal vez esa falta de correlación entre propuesta y realidad le quitaron crédito al instrumento, y hoy absolutamente nadie se pregunta qué contenido tiene la plataforma (si es que existe) de tal o cual candidato. Hoy sólo hay paciencia ( y escasísima credibilidad) para escuchar/ver el golpe de efecto más impactante, y, lamentablemente, más torpe o más agresivo que rinda efímeros réditos en las urnas.