Los cuestionamientos expresados durante la última asamblea universitaria por Gonzalo Salerno respecto de la transparencia del proceso electoral y, en términos más amplios, acerca de los mecanismos para el reparto del poder en la UNCA, tienen más adherentes que lo que reflejan los números de la elección que convalidó la reelección de Oscar Arellano.
Hace muchos años que hay tensiones internas en la universidad catamarqueña que no se manifestaban hasta ahora en la superficie del debate, críticas acalladas precisamente porque una de las imputaciones que se le hace al funcionamiento del sistema político interno es que las disidencias suelen castigarse con el ostracismo.
Salerno denunció, en un discurso con componentes disruptivos, la falta de renovación de los cuadros dirigenciales (“las mismas personas conduciendo”). Mencionó, en ese sentido, la vulneración de todo tipo de normas vigentes que establecen claros límites legales para garantizar la alternancia en el poder, la limitación de los mandatos, la edad para ejercer cargos, etc.”. También el sistema de elección de autoridades, resultantes de “un simulacro de consenso, cerrado y tan forzado que es más una imposición que incomoda a todos”.
Cuestionó la falta de debate interno, señalando que la discusión en un ámbito que debería ser ejemplo de intercambio libre, amplio y pluralista de ideas “se reduce pura y exclusivamente a la periódica disputa por altos cargos”. El todavía decano de la Facultad de Derecho caracterizó a la dinámica de gestión de la UNCA como “de un oscurantismo medieval”.
Una de las imputaciones que se le hace al funcionamiento del sistema político interno de la UNCA es que las disidencias suelen castigarse con el ostracismo. Una de las imputaciones que se le hace al funcionamiento del sistema político interno de la UNCA es que las disidencias suelen castigarse con el ostracismo.
Y cargó duramente contra el sistema electoral vigente, cuya opacidad es evidente, tanto como inaceptable que no se implemente el voto secreto que rige en el sistema electoral argentino para la selección de autoridades de los poderes Ejecutivo y Legislativo desde hace más de un siglo. El “voto cantado” restringe la libertad de elección, sobre todo si en la universidad los disensos a las componendas previas pueden terminar incidiendo en las trayectorias laborales o académicas de los que ejercen esa opción diferenciada. Como ya se dijo, la amenaza de la marginación o el ostracismo.
Dos meses atrás, El Ancasti publicó una colaboración firmada por Belisario Cruz en la que se formulan cuestionamientos parecidos. “En la UNCA, como en muchas casas de altos estudios de nuestro país, los procesos electorales no operan como instancias de cambio real, sino como rituales de legitimación de lo establecido”.
Las autoridades de la Universidad no deberían ni asombrarse ni mucho menos ofenderse por las críticas. Deberían, en todo caso, reconocer que no es solo un candidato derrotado el que cuestiona, sino que subterráneamente son muchos los que coinciden con la necesidad de renovar, transparentando y democratizando, el funcionamiento del sistema de poder en la UNCA. Mientras no se produzca una autocrítica sincera, con aspiraciones de transformación, la renovación de autoridades en la casa de altos estudios será un mecanismo condicionado por vicios resultantes de la rosca política, procesos en los que no se ponen en discusión modelos distintos de universidad sino, apenas, espacios de poder.