Pedro Gaveta y otros relatos catamarqueños, de Hilda Angélica García

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Nos preguntamos: ¿Quién es Pedro Gaveta, el personaje cuya historia da título a la colección? La autora nos dice que se trata de un personaje entrañable, salido de la imaginación popular. Ahora bien, si consultamos el Diccionario de la lengua española, encontramos que la palabra “gaveta”, en su primera acepción, designa a un cajón corredizo que hay en los escritorios y que sirve para guardar cosas que se quiere tener a mano. En cambio, si hacemos la consulta a Voces y Costumbres de Catamarca de Carlos Villafuerte (1961, T. I, p.353), obra que excede lo lexicográfico y aporta un valioso material para estudios etnográficos, aparece el lema “gaveta” con el siguiente significado: “También llamado yerbero. Aparato que consta de dos recipientes unidos, en los cuales se coloca yerba y azúcar para el mate”.

En oportunidad de efectuar nuestra interpretación de aquel libro, decíamos respecto de la recreación de los personajes: “Una consideración detenida de los personajes que dan vida a los relatos permite clasificarlos en dos grupos bien delimitados: humanos y no humanos. Por un lado están aquellos salidos de la propia inventiva de la creación autoral. Esto es, pobladores de las zonas en las que aparecen enmarcados los relatos, hombres y mujeres […] Al otro grupo pertenecen personajes como: la viuda, el encadenado, el duende, el diablo, el ánima del chascón, la bruja”. (Moreno, J. en HLC, 2006: 242).

Pedro Gaveta, el personaje, pertenece al primer grupo de ellos, como Toribio, Mamerto, Felipa, Andrónico, doña Ismeria, doña Midemia y otros. En tanto que los personajes que pueblan las historias que él cuenta y que, en simultáneo, se desenvuelven a lo largo de los relatos del libro, son ánimas en pena, como la del llamado Chascón de Buena Vista, diablos, diablas y diablitos de la salamanca de Saujil y ahora también del Portezuelo, o el aparecido del relato “Camino de la quebrada” o la bruja cantora o el duende de La Bandarrío. Incluso, desde la organización textual, este relato inicial funciona como presentación de los que le siguen. El acierto consiste en que en él se nombran a los otros textos que integran el libro. Inquietante como creatura compleja, Pedro Gaveta desaparece y avanza inexorablemente a su destino: termina muerto, nomás. El logradísimo final del relato en su circularidad, ya que se cierra como se abre, es el siguiente:

En el cauce de su inesperado viaje, los pueblos de orillas del Abaucán, azorados, lo veían pasar como espantapájaros de espaldas, libre ya de ataduras terrenales limadas por el roce con los obstáculos, desparramado el poncho y casi libre de sangre, con los flecos enredados en su cabellera. El cuerpo siguió su curso hasta perderse en los arenales. La madre tierra, la Pachamama, lo cobijó y en ese espacio, para escondite, nacieron plantas: jarillas, sunchos, retamas. En ese suelo descansa el cuerpo de Pedro Gaveta. Nadie sabe dónde anda su alma”.

Efectuadas estas primeras consideraciones, en adelante, atenderemos a la distinción entre originalidad del tema y originalidad en el tratamiento del tema y al léxico escogido. El deslinde del binomio conceptual: originalidad del tema/originalidad en el tratamiento del tema resulta imprescindible dada su directa vinculación con el fondo común de las tradiciones populares y con el modelo suministrado por la narrativa oral, anónima, colectiva y que atañen, también, a las relaciones entre folklore y literatura, todo esto, en tanto Hilda Angélica García rescata, de diverso modo, formas narrativas de base tradicional en esta obra.

Estamos frente a una especie narrativa propia del folklore literario denominada cuento folklórico, especie en la que resaltan su anonimia, lo cual no supone adherir a la tesis romántica de un creador colectivo. Aclara Marta Castellino que el pueblo no produce, sino reproduce -a través del tiempo- el material narrativo de anónimos relatores. Ahora bien, para trasvasar ese material narrativo a la “literatura de inspiración folklórica”, hace falta un creador individual que haga suyo este caudal colectivo, como en este caso, Hilda Angélica García.

El escritor letrado acude, generalmente, a dos procedimientos si se quiere correlativos: el de la repetición y el de la variación. Cada uno de estos autores deja su impronta personal en el material que transmite a sus oyentes-lectores. Además, la tradicionalidad de esta literatura perdura a través de sus variantes, como ya lo señalara Don Ramón Menéndez Pidal. No siempre la narración se repite de modo invariable. Esta es la cuestión: dentro del marco heredado hay margen para la creación individual. Es el escritor quien pone a funcionar en sus textos un equilibrado juego entre lo individual y lo comunitario.

Por otra parte, la oralidad original se estiliza en los textos a través de diversos procedimientos escriturarios, con lo cual ambas tradiciones, la oral y la escrita, se vinculan. Además, esta literatura cumple la misión de resguardar el patrimonio colectivo, como durante mucho tiempo lo hicieron las innumerables colecciones de relatos compiladas en distintas épocas. En este sentido, la obra se ofrece como un repertorio literario que resguarda el tesoro folklórico del inagotable venero de la literatura tradicional.

En cuanto al lenguaje, su importancia radica en la convicción de que en el léxico escogido para recorrer el trayecto de la oralidad a la escritura literaria reside uno de los grandes méritos de esta obra, en su depurada elaboración formal. Se trata de un lenguaje en el que se fusionan registros orales propios del habla popular del Noroeste, de los hablantes de zonas rurales de la Catamarca interior con el fluido discurrir de la voz narradora que luce su esplendor estilístico en descripciones, en retratos breves y certeros, como el de Pedro Gaveta: “Tenía la sonrisa pintada y los pantalones cortones, distanciados de las alpargatas” (p. 13).

Entonces, la lengua coloquial irrumpe en los textos mediante la incorporación de dichos y frases hechas como: pasársela haciendo algo, de punta en blanco, pararse en seco, volvérsele (a uno) el alma al cuerpo, volver a los chacoteos, dar y temar, llevar a la rastra, desaparecerse como por arte de magia.

Además, surge natural la incorporación de indigenismos tanto en los nombres propios, mediante los topónimos o los nombres de los ríos, como en los nombres comunes que mientan trenzas: simbas, urnas funerarias: huacas; melena enmarañada: chasca; perro pequeño: choco; sandalias: ushutas, pellizcar: tishpir y varios otros. Todas estas voces aparecen enlistadas en un Glosario, incorporado al final de la obra. Este repertorio léxico al igual que el Apéndice será, sin duda, de gran utilidad a la hora de llevar estos textos al aula.

En suma, en “Pedro Gaveta y otros relatos catamarqueños” se aúnan de manera particularmente grata el patrimonio heredado y las intervenciones individuales de su autora. Hilda Angélica García avanza con firmeza en esta obra de proyección folklórica, especie que, a nuestro juicio, mejor define su escritura (al menos, la publicada hasta aquí) en la que ella encuentra una modulación propia de antiquísimas formas tradicionales y populares de expresión. Y esto (¿quizá?) porque su poesía es la fuente decantada de los relatos.

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