Número equivocado y necrológicas

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Algo en qué pensar mientras lavamos los platos

Por Rodrigo L. Ovejero

La vida es como un cubo Rubik, la mayoría de nosotros no logramos resolverla. En mi caso, me he enfrentado una vez más a la codicia despiadada de las corporaciones pantagruélicas y he sido derrotado, como de costumbre.

Me encontraba enviando fotografías a mi familia cuando la melancolía me atacó por la espalda –otra vez- y pensé en lo lindo que sería poder enviárselas a mi mamá. La tarea es difícil porque ella ahora está jugando para el equipo que no respira, pero pensé que no tendría nada de malo enviarle a su teléfono, a modo simbólico, así que busqué su contacto y de pronto me encontré con la fotografía de una extraña, una mujer joven que de ninguna manera era mi madre.

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Para ser sinceros, jamás pensé que la compañía telefónica guardaría duelo junto a mí, han pasado muchos inviernos desde la última vez que confié en una multinacional, pero no dejó de recordarme algo que de vez en cuando me olvido: la marcha del mundo es incesante y no se detiene en detalles nimios como la pérdida de un ser querido. Un poco a la manera de lo que cantó Sabina en Eclipse de mar, el diario no habla de nosotros y pese a saberlo nos quedamos estupefactos ante tamaña falta de respeto por parte del universo.

Sin embargo, a pesar de lo que diga Joaquín, es justamente en nuestra muerte que el diario habla de nosotros, a través de las necrológicas, textos breves de un género literario en vías de extinción (nunca mejor dicho). Su calificación como género está discutida, pero en esta columna no aceptamos discusiones, y nos vamos a adentrar en su declive, pues a pesar de que muere tanta gente como antes o más, ya no se escriben tantas necrológicas. A mi criterio, éste es un problema de que el género se ha estancado en lo verídico, en la mera enunciación de hechos y relaciones reales. Las necrológicas, afirmo sin temor al conservadurismo literario, necesitan ficción, fantasía, el vuelo poético que solo invenciones artísticas pueden aportar.

Por esa razón, me he propuesto publicar obituarios que afirmen circunstancias ficticias, de ordinario más llamativas que las reales, para revitalizar el género (tarea difícil y contradictoria si las hay). Despediré a mis seres queridos a nombre de la asociación internacional de rabdomantes, enviaré el pésame de sus compañeros del curso para detectives privados, aseguraré la pertenencia del difunto a círculos secretos de ninjas, masones y duelistas. Es más, ni siquiera esperaré el engorroso trámite de la muerte real, en las próximas semanas publicaré –quizás en este mismo diario- necrológicas de personas que jamás existieron, con vidas improbables, tan irreales como su deceso, solo para ser pionero en el género que daré en llamar, en este mismo acto, la necrológica de ficción (la denominación no es mi fuerte) y si por esas casualidades alguien descubre estos engaños algún día, espero que entienda que mis intenciones eran las mejores.

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