La Cumbre del Clima de las Naciones Unidas, la COP30, que se celebrará en Brasil a partir del 10 de noviembre, representa un momento clave y potencialmente definitorio para la vida en nuestro planeta. Es que la tendencia actual, marcada por un calentamiento global acelerado, compromete seriamente la sostenibilidad de la vida tal como la conocemos.
Hoy, con la temperatura media global ya superando los 1,5 °C respecto de los niveles preindustriales, el límite que el Acuerdo de París de 2015 fijó como umbral máximo para evitar los peores efectos del cambio climático, es conveniente reconocer que los compromisos asumidos no fueron suficientes, y el tiempo que resta para reaccionar se acorta peligrosamente.
La elección de Brasil como anfitrión de la COP30 es un testimonio de cómo el perfil de los gobiernos nacionales gravita en la importancia que se le otorga a la crisis climática a nivel global. El gobierno de Lula da Silva ha sido el promotor activo de esta cumbre, señalando un retorno de Brasil al liderazgo en temas ambientales, especialmente en la protección de la Amazonia.
La COP30 debe ser el punto de inflexión para la puesta en marcha de políticas que combatan el calentamiento global con el apoyo de las naciones más importantes del mundo. La COP30 debe ser el punto de inflexión para la puesta en marcha de políticas que combatan el calentamiento global con el apoyo de las naciones más importantes del mundo.
Esto contrasta drásticamente con la postura del gobierno anterior, liderado por Jair Bolsonaro, que fue abiertamente negacionista del fenómeno del cambio climático, desmanteló políticas de protección y generó un retroceso significativo en la lucha contra la deforestación. Lamentablemente, lo opuesto ocurre en Argentina. Nuestro país, que durante años tuvo una política sostenida de apoyo a las iniciativas internacionales contra el calentamiento global, hoy tiene un presidente que considera al cambio climático como un “invento del socialismo”.
El caso de Estados Unidos es decisivo. Durante la gestión de Donald Trump, el retiro del Acuerdo de París significó un golpe profundo a la arquitectura internacional de la lucha climática. Aunque posteriormente se corrigió esa decisión, el negacionismo persiste como una corriente política con peso real dentro del sistema estadounidense. Y mientras la principal potencia económica occidental del planeta mantenga una posición ambigua o reticente frente a la crisis ambiental, las posibilidades de revertir la tendencia global seguirán siendo limitadas.
La COP30 debe ser el punto de inflexión para la puesta en marcha de políticas que combatan el calentamiento global con el apoyo de las naciones más importantes del mundo. Para lograrlo, es absolutamente necesario contar con el impulso y el compromiso sostenido de los dos mayores emisores de gases de efecto invernadero a nivel global: Estados Unidos y China.
Solo con una alianza pragmática y un liderazgo conjunto de estas dos superpotencias, que demuestren con hechos la seriedad de su compromiso, la comunidad global podrá recuperar el tiempo perdido y emprender la senda necesaria para garantizar la viabilidad del planeta para las generaciones futuras.
