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Algo en que pensar mientras lavamos los platos

Rodrigo L. Ovejero

Si usted, amigo lector, ha recorrido en los últimos días la ruta que sale desde la capital hacia Pirquitas, habrá notado, tal vez, que es inminente la reapertura de un hotel alojamiento que lleva años cerrado y abandonado. Esto es, ante todas las cosas, un triunfo del amor. Lo que fuera un inmueble desahuciado y solitario volverá a ser telón de fondo para episodios amorosos memorables, el silencio del que fueran dueños los coyuyos será roto una vez más por expresiones de satisfacción y juramentos de eternidad y eso, en mi opinión, siempre es para festejar.

Ahora bien, la ciudad va cambiando, sus calles y sus costumbres no son las mismas de antaño. Es por ello que me interesa ver como se desarrollará en la práctica la dinámica entre el regreso de este telo y la costumbre relativamente reciente de los catamarqueños de andar en bicicleta como ejercicio. Si tuviera que arriesgar un número diría que desde hace unos diez años el ciclismo experimenta un crecimiento sostenido en nuestra ciudad. Esto ha motivado que la ruta de la que hablamos haya sumado en esa década una bicisenda, lo que generó un enorme tránsito en bicicleta. Dicho de otra manera, una enorme cantidad de ojos pasarán mirando hacia el hotel para ver si por casualidad ven entrar a alguien conocido. Personalmente, me reconozco, me asumo y –por sobre todas las cosas- me reivindico interesado en el devenir de las vidas ajenas (chusma, si se prefiere la vulgaridad), y sé que no podré evitar echar un vistazo cada vez que pase por el frente del establecimiento.

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Tengo la sensación de que en los próximos años esta afición por el ciclismo trabajará a favor y en contra del amor. No tardarán en aparecer los titulares en los diarios hablando de trifulcas en las puertas del hotel, motivadas porque una persona salió a hacer ejercicio y encontró al amor de su vida en circunstancias dudosas. Pero, así como muchas flores serán cortadas, también muchos amores clandestinos encontrarán en el ciclismo su coartada, pues los amantes en cuestión contarán con la excusa de salir en bicicleta para hacer luego un pequeño desvío hacia los confines de la pasión. Justo es reconocer, también, que pese al cambio de disciplina en definitiva harán ejercicio, y eso siempre es importante.

Quizás, también, en el futuro estos zigzagueos del amor encontrarán su lugar en el arte, como suele suceder, y escucharemos canciones acerca de una tarde en bicicleta que culmina en gloria o tragedia por un desvío hacia el hotel, y leeremos cuentos de ilusiones y desengaños a pedal. Es imposible saberlo, los caminos de la ciudad en el tiempo son insondables, y esos vericuetos a menudo terminan de alguna manera expresados en nuestra cultura. En todo caso, consideraciones temerarias al margen, si he de dejarlos con una enseñanza en la columna de esta semana, es la siguiente: si en los próximos días su pareja demuestra un repentino e inusitado entusiasmo por el ciclismo, es hora de buscar nuevos horizontes.

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