Noelia Pereyra Schets nació en Fiambalá, Argentina, en 1975. Es licenciada en Trabajo Social por la Universidad Nacional de Catamarca. Ha trabajado como redactora del diario La Unión y en 2005 emigró a Europa; en la actualidad vive en los Países Bajos.
Escribe desde la infancia y Los Caminos de la Sangre (2025) es su primer libro. Este fue publicado a través del grupo editorial español Olé Libros. También, participó en la antología Microcosmos, 58 relatos de vida, amor y muerte (editorial Posidonia, del grupo Sargantana), con el microrrelato El amante.
Ahora bien, para adentrarnos en el mundo literario de este poemario de Noelia Pereyra, en primer lugar, vamos a reflexionar sobre el título: Los Caminos de la Sangre. ¿Desde dónde parten estos caminos? ¿Hacia dónde se dirigen? ¿Quién los transita? ¿Qué simboliza la sangre en este marco? El arte de tapa nos da una clave, allí vemos a una niña pequeña de espaldas en colores sombríos. Además, un rojo que indica movimiento atraviesa la portada de un extremo a otro en clara alusión al vocablo sangre del título.
Además, esta obra está estructurada en tres partes y los poemas están escritos en verso libre. La voz que recorre la poesía es la de la memoria de una niña. Por su parte, cada texto tiene una nota a pie de página en el que cambia la enunciadora, pues en las notas se manifiesta la primera persona del singular. Pero, esta voz ya es la de una mujer adulta.
La voz lírica nos permite ingresar en un mundo de impresiones infantiles, de momentos cruentos y de emociones fuertes. El pueblo o ciudad donde transita la existencia de la pequeña no se nombra. Sin embargo, sí se marca el espacio a través de la mención de la casa, de las viñas, de las ventanas y del viento como presencia constante.
Por otro lado, el tema que es el hilo conductor de todo el poemario es la madre como ausencia. Está en todas partes, aunque no se la nombre y en el texto la figura maternal gira dentro del campo semántico de los pájaros, de la pintura, del arte:
“lo que no se ve está en todas partes/…/se solapa en un cuadro mal forrado/ se pega a una ventana/ y se sienta en la silla vacía”
“-dibuja a tu familia- dijeron/entonces en tu lugar pinté un gran pájaro”
Los pájaros están en los marcos de las ventanas, aparecen en los sueños de la niña. Los pájaros aquí, también, vuelan y no regresan. En el poemario la ausencia ocupa cada rincón de la casa y esta es sinónimo de las cenizas y de los lugares antes habitados por quien se marchó, de las rutinas familiares y de los objetos vacíos como la silla en la que ya no se sienta aquella a la que no se nombra. La ausencia se convierte en una tristeza omnipresente para quienes se quedaron.
Por su parte, los saltamontes funcionan como metáfora del padre, a quien no se lo nombra de forma frecuente. Pero cuando se lo menciona, los saltamontes también emergen en el texto tal vez como algo que asusta y que provoca sentimientos encontrados.
El tiempo pasa y los objetos dan cuenta de esto:
“los años siguieron su camino/…/cambiando de una plancha a carbón a una eléctrica/las aves que dejaste en las ventanas decoloraron/la vid envejeció junto con mi padre”
Lo que no se transforma es la ausencia que siguió llenando el aire y para el yo lírico es más dolorosa que la muerte de la liebre que la niña tuvo una vez a su cuidado y la del pájaro que cayó sin vida a sus pies. La desaparición de quien no se nombra hace que el duelo no se cierre, aunque pasen los años.
También, en el poemario surgen los otros. La mirada y el susurro de los extraños pesan. Esto provoca que la tristeza se sienta de forma más aguda, pues evidencia en el afuera la existencia sin madre. El crecer bajo la orfandad materna no se puede ocultar ni en el adentro y ni en el afuera:
“primero fue el silencio/después el grito implosionando/ el sarcasmo en las ventanas/ y millones de ojos”
“lo que no se dice se oye/ lo susurran miles de ojos/ lo cuchichean en la escuela los pupitres”
Por último, el libro se cierra con un poema que deja atrás el impacto de lo vivido y abraza el perdón:
“te perdono porque no sabías/ que tu grieta se convertiría en mi pozo/ que tu silencio anudaría mi garganta”
Esta es solo una síntesis de los caminos que recorrieron las voces de una niña y de una adulta que reflexionan, recuerdan y curan las heridas de los lazos sanguíneos con palabras y con literatura.