Un adiós lleno de gratitud: Miguel Aragón, la huella imborrable de un maestro, director y amigo

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La emoción y los recuerdos marcaron una jornada inolvidable en la Escuela N°62 “25 de Agosto”, ubicada en la localidad de San Lorenzo, departamento La Paz. Allí, la comunidad educativa le rindió un homenaje a Miguel Ángel Aragón, maestro y director que dedicó gran parte de su vida a esta institución rural, dejando una huella imborrable.

Aragón se jubiló en plena pandemia, en medio del aislamiento y la virtualidad, sin la posibilidad de recibir el cariño ni el reconocimiento que tanto merecía. Por eso, la comunidad decidió organizar este homenaje para saldar esa deuda emocional, agradeciendo los años de compromiso, esfuerzo y amor que entregó sin reservas.

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La escuela, fundada un 25 de agosto de 1944, ha sido testigo de generaciones de alumnos que, gracias al compromiso desde 1989 de Miguel, no solo aprendieron a leer y escribir, sino que también crecieron con valores, esfuerzo y esperanza. Miguel, o como le llaman en la localidad: «Maestro Aragón o dire Aragón», no fue un docente más: fue guía, sostén, referente y, sobre todo, un hombre que eligió quedarse, aún cuando las distancias lo obligaban a vivir lejos de su hogar, ubicado en el departamento Valle Viejo.

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Escuela N°62 “San Lorenzo»

Desde el lunes hasta el viernes, su vida transcurría en la escuela, entre pizarras, cuadernos y sonrisas de niños. Y cada viernes, al caer la tarde, volvía a su casa con el corazón lleno de historias, para regresar nuevamente con la misma pasión al comenzar la semana. Su sacrificio silencioso, su constancia y su presencia fueron faro para la comunidad.

Además, en sus comienzos, Miguel no contaba con un vehículo propio, por lo que debía tomar un colectivo y luego, en bicicleta, recorría el camino de tierra hacia la institución educativa y, por lo que implicaba el arduo trayecto, Miguel recién retornaba a su hogar luego de dos o tres semanas.

Durante su trayectoria, «El dire Aragón» arreglaba lo que hiciera falta, fabricaba muebles para las bibliotecas, mesas para el comedor de la cocina y hasta llevaba golosinas desde la Capital para montar un pequeño kiosco en la escuela, con el único objetivo de ver felices a sus alumnos. Además se encargaba de comprar toda la mercadería necesaria para las semanas, porque los niños desayunan y a veces almuerzan en la escuela.

Algo que llenó de emoción cuando Miguel llegó nuevamente hacia la escuela de San Lorenzo, lugar que le dio cobijo durante al menos 30 años, fueron las palabras de los lugareños que expresaron que sintieron mucha tristeza al saber que no pudieron despedirse del director. Habiendo relatos por parte de la madre de una alumna, quien comentó que su hija no quería regresar a la escuela porque no estaba «el dire»: «se encerraba a llorar porque ya no le gustaba ir».

Miguel se ganó el cariño sincero de cada familia, de cada colega, de cada niño que lo conoció. Su nombre ya está escrito en la historia de San Lorenzo, porque no solo educó con palabras, sino con el ejemplo.

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