El gobierno de EE.UU. ha impuesto arancel de 50% a las importaciones de “Aluminio y sus manufacturas” de la Argentina…país amigo al que quieren ayudar. A la producción, barreras. La del aluminio no es única. Pero toca a un volumen importante de exportaciones con valor agregado. Sus exportaciones a ese destino sumaron 532 millones de dólares en 2024.Silencio oficial.
Para dimensionar el impacto basta señalar que 500 millones de dólares es lo que espera obtener, el gobierno, de la privatización de las represas del Comahue (Alicurá, El Chocón y Arroyito, Cerros Colorados y Planicie Banderita y Piedra del Agua). Varias represas, 500 millones de dólares, pero de una sola vez.
Las exportaciones de aluminio a EE.UU. con la estrategia de Trump están destinadas a ser inviables. ¿Cuál ha sido nuestra reacción como país socio, alineado, amigo, ante este destrato colosal? Por ahora nada relevante.
Por cierto no es el único producto de la Argentina castigado por la estrategia comercial e industrial de Donald Trump. También lo son productos tan diversos como Maderas perfiladas, Turbinas de gas, Grupos electrógenos, Partes de Bombas p/liquidos, todos con aranceles de 45%; Aviones con 40%, Medicamentos 35%. La lista es enorme.
Pero, más insólito aún, al “castigo” de los Estados Unidos, hay que sumarle el castigo nacional. Primero la no reacción y después que, por ejemplo, la Argentina, a sus exportaciones de aluminio les impone un derecho de 5,4% para poder exportar. No sólo hay que “saltar” la barrera olímpica de EEUU, sino que hay que hacerlo con una bolsa de arena en cada pierna puesta por nuestras propias autoridades.
La Argentina que es calificada como país proteccionista y cerrado, ni remotamente llega a imponer barreras de esa dimensión a las importaciones procedentes de EE.UU. ni de ningún otro país ni para ningún producto. Un trato desigual se ha hecho normal. Consagración del ejercicio del poder y de la ausencia de reacción de los responsables de la política nacional. Estamos ante la aceptación silenciosa de las asimetrías impuestas, fiscales, ajenas a cualquier razón de competencia, productividad o mercado.
Esa política arancelaria de los EE.UU no está limitada a la cuestión geopolítica vis a vis con China, en tanto superpotencia en tensión. Por el contrario: esa política arancelaria afecta el presente y el futuro de las decisiones de inversión en nuestro país. Si un mercado se “cierra” – un arancel de 50% o parecido es un cierre – hay inversiones que desaparecen. No es el sólo presente lo que está en juego. La trama de comercio determina el futuro.
EEUU, de la mano de Trump, está lanzado, por un lado, a la reconstrucción de su tejido industrial y por el otro, anuncia una reformulación de la globalización o del comercio internacional, basada en tener en cuenta las políticas de empleo al interior de cada país. Y a su vez busca una reconfiguración de las relaciones con China, la superpotencia emergent. El SXXI – a consecuencia de una estrategia globalizante de los EEUU de los primeros años – impulsó el vertiginoso desarrollo de China como potencia industrial, de tecnología y de innovación.
Como predicador de ese nueva visión estratégica de Trump, pero que también comprometió a Joe Biden, vino al país Robert Lighthizer. En el reportaje (LN 24/8)concluyó: “Si pierdes tu industria manufacturera, probablemente pierdas también innovación y desarrollo tecnológico. No todo, pero sí mucho. El desarrollo tecnológico suele darse donde está la producción. Así ha sido y así será. Y ese es uno de los principios en los que creo”.
Esta afirmación es una de profundo contenido de “política económica” y de enorme pertinencia respecto de la política económica que está en marcha en nuestro país.
La actual gestión económica y en general una gran parte de la corriente dominante de los economistas que modulan el pensamiento, sobre objetivos económicos que promueve la dirigencia política, entienden que “la industria” es una cuestión del siglo pasado y que no debe haber – de parte de los gobiernos – política industrial porque se trata de un “objetivo inútil” que no lleva al futuro, sino que “atrasa”.
Lighthizer con la afirmación “el desarrollo tecnológico suele darse donde está la producción” o, “probablemente (si pierdes industria) pierdas también innovación y desarrollo tecnológico”,está afirmando que en la fabricación (son sus palabras) está la materialización de esos procesos. Nos está advirtiendo lo mucho que ponemos en riesgo al desertar de tener una “política industrial”.
Una manera de poner en riesgo a la industria es justamente desentenderse de la defensa de los intereses que se juegan en el comercio internacional. Los miles de millones de dólares, las horas de trabajo, el capital que se pierde con cada hora de ausencia de una política de defensa de los intereses de la producción nacional, son incalculables.
La macro no se limita a la tasa de inflación o al equilibrio fiscal, sino al equilibrio de todos los agregados económicos. Y, atendiendo a nuestros flancos más comprometidos, a las actividades que nos proveen dólares y empleo y que contribuyen a la estabilidad social.
Los aranceles de 50%, 45%, 40%, son una muestra clara de cómo la ausencia de una estrategia integral de desarrollo, que incluye las negociaciones internacionales, derrumba la materialidad del progreso.
Gobernar no es solamente refinanciar las deudas públicas.Pero la deuda de desarrollo es la ausencia de políticas que lo promuevan.
A raíz del “descubrimiento político” de la abundancia de recursos naturales energéticos y minerales, y además del enorme potencial de la energía eólica y solar y su derivación en todos los planteos de energía verde, el discurso sobre el futuro ha virado, de manera optimista, hacia la explotación de esos recursos. Y más allá de las críticas que se puedan realizar sobre el sistema de promoción RIGI, lanzado por la administración Milei, en franca contradicción con su filosofía libertaria, no cabe duda de la necesidad y conveniencia de apuntalar las inversiones en esos sectores, demandante de altos volúmenes de capital y a la vez proveedores de futuros y muy relevantes recursos para equilibrar nuestras cuentas externas.
Pero en el mismo seminario en el que disertó Lightheizer, el economista argentino Juan Carlos Hallak dimensionó con menos entusiasmo que el habitual “el futuro basado en las exportaciones primarias” y coincidió con Lightheizeren la necesidad de una “política industrial” y una nueva definición de esa estrategia destinada a satisfacer lo que el asesor de Trump había manifestado respecto del efecto empleos de calidad y desarrollo de las clases medias, como factores disparadores del crecimiento y la estabilidad social.
Es una afirmación que, como todos sabemos, está inspirando la política económica de los Estados Unidos y ahora también la de muchos países de Europa Occidental que – si bien nunca la habían abandonado – ante el nuevo discurso frente a la globalización, genera una redefinición transformadora.
Se confirma que somos un país de “traductores”: leemos lo que pasa en el mundo con un atraso de diez años, por eso siempre marchamos en dirección contraria. Milei por el libre comercio y Trump 50% de aranceles. De contramano por Libertador.