Cada 15 de agosto, la Iglesia universal celebra con inmensa alegría una de las fiestas marianas más importantes y antiguas: la Solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María. Este día conmemoramos la gloriosa culminación de la vida de la Madre de Dios, quien, una vez terminada su peregrinación terrenal, fue llevada en cuerpo y alma al Cielo.
Un Dogma de Fe y Esperanza
Aunque los Evangelios no narran explícitamente la Asunción, la creencia en este misterio estuvo presente en la fe de la Iglesia desde los primeros siglos. Era lógico pensar que Aquella que fue preservada de toda mancha de pecado original (la Inmaculada Concepción), que llevó en su vientre al autor de la Vida, no podía sufrir la corrupción del sepulcro. Su cuerpo, que fue el primer sagrario de la historia, debía participar inmediatamente de la gloria de la Resurrección de su Hijo.
Esta creencia fue solemnemente proclamada como dogma de fe por el Papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950, quien declaró: «Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial».
Nuestra Esperanza y Nuestro Destino
La fiesta de la Asunción no es solo una celebración de un privilegio único de María; es, sobre todo, una fiesta de la esperanza para todos nosotros. La Asunción es una ventana que se abre al Cielo y nos muestra nuestro propio destino. Nos revela lo que Dios ha preparado para todos aquellos que aman a su Hijo. Si María, una criatura humana como nosotros, ya está en el Cielo en cuerpo y alma, significa que esa es también nuestra vocación final.
En toda Argentina, y especialmente en muchas localidades de Catamarca que la tienen como patrona, este día es de gran fiesta. Es un día para mirar al Cielo, para honrar a nuestra Madre y para renovar la esperanza de que un día participaremos con ella de la gloria eterna.
Oración en la Fiesta de la Asunción
Oh, Virgen Inmaculada, Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia, que reinas en la gloria del Cielo en cuerpo y alma. Nos alegramos por tu gloriosa Asunción, que es anticipo de nuestra propia resurrección.
Te pedimos que nos mires con compasión, que nos guíes en nuestro camino terrenal y que nos ayudes a mantener nuestros ojos fijos en los bienes del Cielo. Que, al final de nuestra vida, nos lleves contigo a la presencia de tu Hijo, Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
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La Asunción de María es la fiesta de la esperanza. ¿Qué esperanzas pones hoy en manos de nuestra Madre del Cielo? ¡Te leemos!