En el panorama literario contemporáneo del noroeste argentino, la voz de Vanina Reinoso destaca con vigor y sensibilidad, profundamente enraizada en los vientos, cerros y saberes ancestrales de Fiambalá. Nacida en esta localidad del oeste catamarqueño, la escritora ha desarrollado una producción literaria marcada por una estética que combina raíces, corporalidad, conexión con el entorno y una profunda conciencia histórica.
A lo largo de su trayectoria, la autora ha publicado seis libros: Laberinto del corazón, un poemario juvenil de su adolescencia; Eneicos y otros poemas (2013), de fuerte impronta intertextual con la tradición grecolatina; Cuentos en la noche (2018), su único volumen narrativo hasta el momento; Cuerpo desnudo sin posesivos y otros gritos (2020), donde se impone una perspectiva desafiante, rebelde ante los estereotipos; Con el cuerpo en la tierra y otros poemas (2023), núcleo de este análisis; y Ancestras (2024), en el que retoma la genealogía femenina desde una perspectiva crítica y emotiva.
En Con el cuerpo en la tierra…, se presenta una cartografía íntima donde el espacio no es solo un fondo escénico, sino una matriz vital, simbólica y con profundidad temporal. A través de una selección de textos, es posible identificar núcleos temáticos que atraviesan la obra: la tierra como herencia, el cuerpo femenino como ámbito de inscripción cultural, el recuerdo activo de las antepasadas, la denuncia ecológica y la resistencia identitaria.
Uno de los textos iniciales, “La arenosa Fiambalá”, instala una clave afectiva y territorial: “El zonda cambia su silueta de arena / y le curte la sien de greda y vid”. El pueblo se representa como un ser vivo, tejido de viento, agua y memoria. “Tiene amores escondidos en el Abaucán” sugiere que el río, el volcán y las aguas termales no son simples elementos del terreno, sino símbolos de pertenencia y conexión entrañable. Así, el poema no describe el escenario: lo transforma en latido, en una sensación que se intuye más que se observa.
El vínculo entre lo femenino y la naturaleza se despliega con intensidad en “Mujeres de adobe”, donde se reconstruye una tradición no institucional, tejida desde la oralidad, el trabajo cotidiano y el contacto con el sustrato local: “Adobe que ha dejado la piel curtida en las orillas del viento… / Mujeres que han cimentado fortines de adobe / y con hierbas secas nos han exhalado florecidas turbaciones”. Las figuras evocadas —hechiceras, curanderas, guardianas del saber oral— se funden con la greda, el barro, el aire. Este acto de comunión con la tierra subvierte la lógica patriarcal del linaje: “las invocamos antes de quebrantar nuestros nuevos miedos”.
Es un canto a la herencia viva de las mujeres de la estirpe, no desde la nostalgia, sino desde la continuidad encarnada. Esta presencia activa ancestral reaparece en “La mujer que vendrá”, donde la vejez se representa como tránsito hacia otra forma de manifestación en el mundo: “Sembraré la tierra / Y en las noches sin luna / abandonaré el silbido del zonda que me atraviesa”.
La ancianidad no implica clausura, sino siembra, permanencia, ritual. La poeta traza una imagen donde el ser envejecido sigue siendo fecundo, no desde la biología, sino desde la entrega espiritual a la naturaleza y al recuerdo. El ciclo vital se fusiona con el ciclo geográfico.
El mestizaje aparece como verdad materializada en “Cobre en la piel”, donde se reivindica la mezcla de orígenes con una mirada afirmativa: “la historia entreverada de mis ancestros de cobre y blanco… / Canela para mi piel dorada, greda húmeda para mis ojos”.
El registro emocional que se afirma aquí se aleja de modelos normativos: es una celebración del cruce, del cuerpo como lugar de convergencia. Al mismo tiempo, el poema, como muchos otros del libro, hace visible un conflicto silencioso: el que padecen aquellos cuerpos que no se ajustan a los moldes impuestos desde la centralidad cultural, estética y social. Asimismo, se interpelan jerarquías raciales naturalizadas por los discursos dominantes y se reivindica un posicionamiento que habita los márgenes con dignidad.
En “Agua madre”, se manifiesta otra dimensión central del poemario: la relación vital con los recursos naturales. “Agua que reverdece las tristezas… / agua barro para nuestros campos / nieve mutable para los cerros. / Agua fuerza para el pueblo”.
El agua es madre, sustento y legado. Esta figura fluida y protectora, al mismo tiempo, se convierte en emblema de lucha frente a las amenazas extractivistas que enfrentan las comunidades del interior provincial.
La tensión alcanza su mayor densidad crítica en “Tierra”, donde se denuncia la devastación ambiental: “¿Quién subyuga hoy el orbe? / Así las palabras mueren / como muere la tierra”. Sin tornarse un alegato directo, el texto articula intensidad comunicativa y posicionamiento ético, con un lenguaje que conmueve e interpela a la vez.
La crítica a los mandatos impuestos al cuerpo femenino encuentra un tono provocador en “Mandatos menstruales”. Allí se desafían los silencios naturalizados y las imposiciones culturales con ironía y contundencia: “Gracias sutiles varones por querer dominar mis andamios… / Por poco y olvido que mi útero no decide solo”. Los versos se convierten en un manifiesto personal, donde el cuerpo sangrante no es un tabú ni una vergüenza. Este modo de decir cuestiona las estructuras discursivas que han modelado, históricamente los cuerpos desde una mirada ajena.
La misma potencia resiliente se manifiesta en “Soy esa”, donde la enunciación intimista se afirma tras la adversidad: “Soy la que resurgió de las cenizas (…) El zonda ha susurrado mi valor en este cuerpo”. La metáfora del ave fénix se entrelaza con el entorno: el viento, la piedra y el silencio se vuelven aliados de un estado interior que no se entrega al dolor, sino que lo transforma en canto y es, al mismo tiempo, una autoafirmación y una forma de emergencia sensible en el lugar.
En “Contemplación”, el yo meditativo reúne imágenes del contexto natural y cultural de la región cordillerana en una sinfonía sensorial que condensa la estética general del libro: “Trinidad de rocío, acequia y membrillo / vainas de algarrobo en las cabelleras dormidas / gigantes de piedra amasados en la memoria”. Aquí, cobran protagonismo las vainas de algarrobo, elemento profundamente ligado a la cosmovisión ancestral, la alimentación y la infancia rural. Este fruto evoca tanto la vivencia concreta del lugar habitado como la historia transmitida entre generaciones. Las imágenes no se limitan al decorado: construyen un mapa emocional, histórico y sonoro que permite percibir el mundo representado como experiencia corporal, sin caer en estetizaciones folclóricas.
El texto que da nombre al libro, “Con el cuerpo en la tierra”, funciona como umbral representativo de toda la obra. En él, el cuerpo transita desde la juventud hacia la vejez y la muerte, en profunda relación con el paisaje: “Aroma de albahaca fresca, en mi cuerpo joven. / Rugosa greda en mi postrera piel de la vejez… / Mas la tierra no dejará de nombrarme cuando me haya ido”.
El cuerpo se convierte en zonda, sombra, evocación. No hay trascendencia abstracta, sino disolución amorosa en aquello que lo rodea y lo sostiene. Este cierre conmovedor clausura el recorrido con una mirada que no teme al ocaso, sino que lo abraza como forma de permanencia.
La escritura de Vanina Reinoso se asienta sobre una alquimia singular de elementos: la presencia del pasado, la experiencia rural, el compromiso ideológico y la sensibilidad estética. Su poesía interpela desde el origen, dialoga con la presencia corporal, se inscribe en el marco ambiental y recupera voces silenciadas con una fuerza que conmueve. Con un lenguaje claro, hondo y cargado de símbolos, su producción se convierte en una herramienta pedagógica de enorme valor para abordar cuestiones de género, territorio, medioambiente y patrimonio cultural en el ámbito educativo.
Acercarse a su universo introspectivo es ingresar en un mundo que habla, una historia que arde, un linaje que no se deja olvidar. Su producción creativa se revela como un punto de síntesis entre lo íntimo y lo comunitario, lo crítico y lo estético, lo ancestral y lo contemporáneo. Es una escritura que emerge desde la carne, pero que no se encierra en la autobiografía: se proyecta hacia una conciencia compartida. Leerla es escuchar el murmullo profundo de una tierra que aún tiene mucho por decir y que encuentra en su voz un modo de revelarse y persistir.