Guillermo De La Fuente, Sergio Vera y Marina Martínez Carricondo del Laboratorio de Petrología y Conservación Cerámica, UNCA-CONICET, formaron parte de una investigación que estudia los períodos Tardío e Inca (aproximadamente entre los años 950 y 1532 d.C.), y examina cómo las técnicas de producción cerámica se transformaron —o persistieron— a lo largo del tiempo en el Valle de Abaucán- Tinogasta.
El estudio, publicado en la revista científica Open Archaeology, fue realizado en colaboración con la Universidad del Sur de Dinamarca. Para este estudio, los investigadores emplearon la petrografía cerámica, una técnica que consiste en observar cortes delgados de cerámica al microscopio polarizado. Esto permite identificar los componentes minerales y la estructura interna de la pasta con que fue hecha cada pieza.
Combinando estos análisis con otros métodos físicos (como termoluminiscencia, espectroscopía Raman o microscopia electrónica), se logró reconstruir no solo la composición del barro usado, sino también detalles de las técnicas de modelado, cocción, uso de pigmentos y decoración.
Los 93 fragmentos estudiados provienen de sitios arqueológicos del sur del valle, muchos de ellos con restos arquitectónicos y evidencias de hornos alfareros. Algunos de los fragmentos corresponden a urnas funerarias infantiles, cuencos domésticos y vasijas de estilo incaico. Pero lo más llamativo no está solo en los estilos o formas, sino en las elecciones técnicas detrás de cada objeto.
Una de las prácticas detectadas por los investigadores fue el uso de “tiesto molido”, un término técnico que se refiere a la incorporación de fragmentos de cerámica triturada en la preparación de nuevas pastas cerámicas. Este recurso, que mejora la plasticidad y resistencia del barro durante la cocción, fue usado por los alfareros del período Tardío y, sorprendentemente, también adoptado por los productores de cerámica en época incaica.
Esta continuidad técnica reveló que, pese a que el Imperio Inca impuso una fuerte estandarización en los modos de producir, los artesanos locales del valle mantuvieron ciertas decisiones tecnológicas propias. El uso del tiesto molido no era simplemente práctico: también tenía un trasfondo simbólico. En las urnas funerarias infantiles, por ejemplo, reciclar fragmentos cerámicos podía estar vinculado con ideas de continuidad, memoria y animismo. En otras palabras, la cerámica era parte de una red de significados que unía a las personas con sus muertos, la tierra y los materiales. Este estudio arqueológico recupera también la idea de que los alfareros del pasado no solo producían objetos. En el proceso, formaban comunidades, compartían conocimientos y desarrollaban estilos de vida.