La existencia y las nanas del corazón maduro en La vida en sonetos, de Julio Misael Herrera

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Hoy nos convoca la lectura analítica de la obra La vida en sonetos del escritor local Julio Misael Herrera (2023). Un escritor que también es violinista y que se ha destacado vastamente en el quehacer cultural de la provincia tanto en narrativa como en lírica literaria, tanto en música folclórica como culta.

Herrera presenta en su obra 135 sonetos, una estructura poética tradicional venida de la historia de la literatura universal que tuvo entre sus grandes hacedores a Petrarca en lengua italiana, a Shakespeare en lengua inglesa, a Góngora, Quevedo y Lope de Vega en lengua española durante el Siglo de Oro, y a Sor Juana Inés de la Cruz en el barroco latinoamericano. Esa es -nada menos- la tradición literaria en que se inscribe esta pieza literaria de Herrera.

El poeta presenta sonetos en su mayoría endecasílabos, pero también algunos de verso octosilábico y otros de arte mayor alejandrino con cesura, o pausa reguladora en la séptima sílaba; con predominancia de la rima consonante ABBA – CDDC – EFG – EFG. En cuanto a los contenidos, la obra de Julio Misael Herrera, desde su título La vida en sonetos da cuenta de que va a hablar de la existencia en general, o de la vida del yo lírico en particular. Sin embargo, esto ocurre solamente hasta el poema 16. Luego, en el poema 17, como si el número augurase la desgracia, los poemas comienzan a hablar del desamor.

Así, entre los poemas 1 y 16, podemos ver múltiples tópicos de la vida, entre los que se destacan el amor familiar, la Patria, el trabajo y los pro-hombres de Catamarca.

En cuanto al amor familiar se subraya un especial sentir por su madre, sus hijos y sus nietos, por ejemplo en el tríptico “Como la higuera” (p. 26): “Mas tengo sin embargo tiernos retoños/Donde pinta la vida mis fantasías/ (…) Y son ellos los pájaros de mi otoño/que endulzan con su magia la vida misma/sin importar lo tosco de mi corteza”.

Asimismo, en esta primera parte del libro, el yo lírico presenta sus posicionamientos respecto de la Patria, por ejemplo en el tríptico “Mi bandera argentina” (p. 15) y del Trabajo, como en los versos del poema “Tan importante” (p. 23). A su vez, respecto de los pro-hombres de Catamarca, Herrera retoma particularmente su admiración por el escritor Luis Franco en versos del tríptico “Tu voz” (p. 13), donde destaca el genio justiciero del bardo belicho: “Fue tu voz espada lacerante/que se alzó como látigo en el viento/contra el verdugo de tus campesinos”.

“No quieres que te quiera”

En el soneto 17 empieza a circular un sentido de amor maduro agónico que conjuga lamentos, esperanzas y tristezas en una manufactura poética confesional del yo lírico debido a la pérdida de su amada. “No quieres que te quiera” (p. 28) inaugura esta serie temática. En el primer cuarteto expresa con un juego de repeticiones sonoras con variantes del verbo “querer”, el retorcimiento que aprisiona la angustia amorosa del yo lírico: “No quieres que te quiera, más te quiero”, que se profundiza en la puesta en texto de versos como: “No estás tú y el vivir parece vano/no hay música ni pájaros ni flores” (“Dame la mano”, p. 91).

Así, en el caso de Julio Herrera podemos recuperar el concepto de extimidad, traducido del neologismo francés extimité acuñado por Jacques Lacan (1973) para referirse a la acción de hacer externa la intimidad, ya que en este caso el yo lírico se desnuda en cuerpo y alma frente a los lectores haciendo aparecer el amor desolado y con ello incluso el deseo sexual por la amada en versos como “Porque muero de amor y de codicia/por tu piel, tu cintura, tus aromas (…) Porque tu voz me suena a melodía/en los amados ayes de tu gozo, en el soneto “Cuestión de piel” (p. 61).

A pesar de la confesión del sufrimiento por el amor no correspondido, la obra de Julio Misael Herrera interpela al lector sobre un modo de vivir el amor de pareja en libertad, sin reclamos. Tan es así que se superponen capas de un viejo paradigma patriarcal donde el yo lírico aspira a poseer al ser amado en mutua entrega -donde “soy tuyo” es un sintagma oracional que se reitera en el poemario- y de un emergente posicionamiento amoroso que habla del amor propio en primer lugar. Esto abre un espacio para la libertad mutua de los amantes, por ejemplo en el poema “Propuesta” (p. 33) en cuyo primer cuarteto sostiene: “No es un amor mezquino el que yo sueño/-amor de cepos, celdas o cadenas-/que se convierte a veces en condena:/ser amo, déspota, ser señor y dueño”; y concluye en los tercetos: “Mi propuesta es amarnos libremente,/como dos aves que en el cielo gozan/del infinito azul, aunque se quieran (…) con las puertas entornadas levemente/y así poder volar de rosa en rosa/persiguiendo la eterna primavera”.

De modo que el poemario evidencia una confusión masculina frente a la oposición posesión vs. libertad, que lo hacen intentar reescribirse en un nuevo contexto de representaciones sociales (Moscovici, 1979) respecto del amor posesivo y la libertad femenina, sobre todo cuando la amada se muestra independiente y entregada a sus pasiones personales tal como en el cuarteto: “He intentado ya todos los lenguajes:/las flores, las canciones, las palabras,/sin conseguir que tan siquiera me abras/por un momento el hierro de tu traje” (“Diosa altiva”, p. 31).

Finalmente, es de destacar el empleo de recursos sonoros a lo largo de la obra, que muy probablemente obedecen al sentido musical vital del autor. Así, encontramos profusión de resonancias verticales en recursos como anáforas, paralelismos, encabalgamientos, juegos cacofónicos con la reiteración de los sonidos entre versos, la organización de algunos poemas en dípticos o trípticos de sonetos, así como también repeticiones de imágenes entre versos como “Hambre de tu cintura” (“Mi canto”, p. 69 y “Por eso”, p. 84), e inclusive repetición de poemas entre la obra La vida en sonetos y obras presentadas en el pasado del escritor, como el soneto “Aquel primer amor”, que también había aparecido publicado en el libro De azules y soledades, en 2003.

Es decir, un camino de musicalidad ininterrumpida en la construcción lírica de nuestro escritor y músico Julio Herrera, que incluso a pesar de haber dejado al descubierto las nanas de su amor maduro, refrenda con sus sonetos las palabras inaugurales del poemario donde proclama: “Defender la poesía. Defender el arte, la creación. Defender ese derecho humano intangible (…) como modo de defender la vida” (p. 7), cuestión que precisamente se sintetiza en el título de la obra: La vida en sonetos.

(*) Karina Tapia. Docente Universitaria en el Departamento Letras de la Facultad de Humanidades, UNCA. Integrante de la SADE, Filial Catamarca.

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