Fin de fiesta para los globos amarillos

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lunes, 19 de mayo de 2025 01:39

Fue un fenómeno innegable, que tuvo una incidencia enorme en la historia reciente de argentina, con un líder que supo aprovechar todo lo que tenía a su alcance para escalar hasta la cima del poder. Mauricio Macri, empresario que heredó un auténtico imperio, incursionó en la política con un plan prolijo y bien pensado, casi sin fisuras en su construcción. Utilizó la espectacular e inigualable plataforma del fútbol, y en particular la del club más popular de esta parte del mundo, Boca Juniors, para eliminar la brecha que por idioscincracia separa a los magnates del común de la sociedad. Llegó así a comandar la Capital Federal, un distrito particularísimo que convirtió en su bunker, su caja, su propiedad política. Desde allí creció, y esperó pacientemente ocho años para dar el salto decisivo a Casa Rosada, sirviéndose de la simpatía de los monopolios mediáticos antikirchneristas. Viéndolo objetivamente, todo lo hizo bien Macri en su recorrido. Todo lo hizo a la perfección, menos gobernar.

El final de Mauricio Macri empezó cuando se convirtió en presidente de la Nación, y todo el discurso que tantos réditos le había deparado, le cayó encima. No cumplió sus promesas, fracasó en su meta de “pobreza cero”, la inflación que había prometido controlar “en cino minutos” se le fue de las manos, y a sus yerros como gobernante empezó a agregarle yerros políticos. Siempre más enfocado en destruir que en construir, se convirtió tras cuatro años de tropiezos continuados en el primer y único mandatario argentino en fracasar al buscar un segundo mandato.

Tras la impactante derrota de 2019, si figura quedó tan devaluada que en 2023 ni siquiera pudo presentarse como candidato. Y entonces se dedicó a demostrar que era quien seguía mandando, operando hasta aniquilar a Horacio Rodríguez Larreta, su delfín y sucesor natural. Apostó todo por Patricia Bullrich, y le fue tan mal que la señora ni siquiera logró ingresar al balotaje. Fuera de juego, Macri encontró una oportunidad y realizó su última gran jugada política, al apresurar una impensada alianza con Javier Milei que selló la suerte del peronismo. Volvió así a sentirse en carrera, ganador, confiado en que podría manejar buena parte del gobierno y manipular al inexperto y excéntrico nuevo ocupante del sillón de Rivadavia. Hubo acercamientos y roces, pero ninguno cedió posiciones, y se necesitaba una batalla final para establecer supremacías. Eligieron las legislativas de CABA, el bastión de Macri, tan divididos que se temía que pulverizaran a su propio electorado. Pero eso no sucedió: ganó Milei. Se decepcionó el peronismo que no pudo sacar provecho de la interna salvaje, y el macrismo recibió una despedida durísima, muy parecida a una lápida política.

El Esquiú.com

Denett

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