Las autoridades italianas han formalizado un acuerdo con una empresa que gestiona una conocida plataforma de reserva de alquileres temporarios para que esta aporte fondos orientados a la restauración del Coliseo romano. A cambio, se permitirá la realización de cursos para un selecto número de candidatos admitidos a una “escuela de gladiadores” que funcionará allí. Varias entidades preocupadas por la preservación del lugar han hecho escuchar su firme oposición, pues consideran que la donación de fondos para restaurar monumentos históricos no debería contemplar contraprestación alguna. Otros se oponen, además, con el argumento de que el proyecto degrada un ícono cultural y de que la lucha grecorromana puede aprenderse y ejercitarse en lugares menos relevantes.
La cuestión planteada tiene numerosas aristas. Por un lado, parece razonable que quien efectúa una donación de ese tipo (muchas veces por sumas millonarias) obtenga algo a cambio; de lo contrario, podría negarse a hacerla. Habitualmente el prestigio derivado de la generosidad empresaria constituye único y suficiente incentivo para muchos. En otras ocasiones el régimen fiscal otorga beneficios impositivos a los donantes, lo que estimula el aporte de fondos privados a proyectos públicos.
También aparece como razonable que las autoridades que gestionan fondos destinados al mantenimiento de monumentos o sitios de interés intenten aumentar la cantidad de visitantes para incrementar sus ingresos y aliviar sus finanzas mediante mecanismos creativos que incentiven las donaciones.
Pero todo ello parece tener un límite ‒a veces de difícil identificación‒ derivado del sentido, significación y pregnancia del sitio o monumento en cuestión. El arte, la historia o la memoria colectiva no admiten cualquier tipo de enlace o vinculación con intereses mercantiles. No se puede ignorar la existencia de afinidades estéticas o conflictos insalvables entre ciertos contenidos y ciertos continentes. Al mismo tiempo, el interés por la obtención de fondos para preservación y mantenimiento de sitios y monumentos no puede dejar de lado los necesarios cuidados que ellos requieren ni generar riesgos para los mismos lugares que se pretende preservar.
Un debate similar al que agita Roma respecto del uso del Coliseo ocurrió en Mar del Plata varias semanas atrás a raíz del uso de Villa Victoria para un festival de música electrónica que habría permitido allegar ingresos a las arcas municipales. El sitio incluye una casa prefabricada de madera traída de Inglaterra en 1912 ‒rodeada de un magnífico jardín que fuera cuidado con esmero por sus donantes‒ donde Victoria Ocampo recibió y albergó a visitantes ilustres (incluyendo tres escritores que recibieron el Premio Nobel de Literatura) y escribió varias de sus obras más destacadas. Que la música del festival fuera absolutamente contemporánea no habría asustado a Victoria, siempre atenta a las manifestaciones más novedosas de todas las artes. Pero seguramente habría protestado enérgicamente contra cualquier manifestación de baja o ninguna calidad; contra cualquier medida, disposición o proyecto que pusiera en riesgo el lugar y su entorno (como la instalación de cocinas al aire libre o el tránsito de multitudes ululantes por los jardines) o que implicara relegar otras manifestaciones culturales también dignas de mérito que no reciben adecuada difusión.
Tanto en Roma como en Mar del Plata las decisiones sobre el tipo, mérito y conveniencia de las actividades a desarrollar en sitios de relevancia histórica y cultural exigen un análisis profesional, detenido y minucioso de los pros y contras involucrados. Permitir que sólo un grupo selecto de luchadores pueda disfrutar en exclusiva de un lugar como el Coliseo o que una multitud descontrolada recorra un jardín durante la noche no parecen resultados ideales del esfuerzo por ampliar la oferta cultural de una localidad determinada. Lo ideal es que aquel análisis sea realizado por funcionarios entendidos en cuestiones culturales y no movidos solamente por un mero afán recaudatorio y dentro de programas de extensión cultural con fines y alcances predeterminados. No sea cosa que supuestos esfuerzos de preservación terminen por deteriorar o destruir tanto el sitio que se quiere preservar como los valores que se pretende exaltar.
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